rase una vez que nunca existió en la mente de un corazón vacío y barrido por la desolación, donde brotó la más bella de todas las historias. Todos los relatos son hermosos si nos paramos a pensarlo, pues la belleza es tan subjetiva que depende de los oídos de quienes las escuchen, no de los labios de quienes las cuenten.
Y como un gran cuentacuentos que soy, o al menos así me tiene considerado la humanidad eones y eones atrás, me atreveré a contaros esta magnífica epopeya que nunca sucedió más allá de los límites de la realidad, pero si te atreves a dejarte llevar y abandonar el mundo que conoces, puede que consigas quedar prendando por mis palabras. Eso sí, lleva contigo una maleta llena de dolor, desolación y el corazón roto, quizás encuentres la cura para eso o una maleta igual a la tuya… nunca se sabe cómo puede influir en ti una historia de este tipo.
Lα нιsтσяια ∂єl нσмвяє sιη вσ¢α
Para serles franco, tenía un pequeño agujero debajo de su nariz, simulando lo que muchos conocemos como “bocazas”, “bocachancla” o simplemente “boquita de pitiminí”.
Aloa, el hombre sin boca nació, como casi todos nosotros, de las entrañas de su progenitora, pero al ver la luz del nuevo mundo no emitió sonido alguno. Los profesionales que estaban a cargo de que el parto se realizara con total normalidad descubrieron que, si de algo carecía nuestro protagonista, era precisamente de eso, de normalidad. Bueno, de normalidad y de boca, por ello el bebé no lloró al rasgarse sus pulmones a la vida.
La única medida que pudieron adoptar fue abrir un pequeño agujero debajo de la nariz, más o menos a la altura en la que debería encontrarse una boca con labios, dientes y lengua.
La madre de Aloa, Elosa, decidió ocultar al niño de la burla del cruel mundo propiciándole una máscara muy sofisticada. Ayudada por su hermano Tomas, el tío de Aloa, fabricaron una máscara que se mimetizaba casi perfectamente con el rostro del muchacho. La máscara llevaba oculta unos electrodos que se comunicaban con el cerebro del niño, haciendo que los labios construidos se moviesen a merced de los deseos de Aloa. Si el chico quería gritar, su cerebro enviaba ondas a la maquinaria de la máscara y ésta se movía abriendo esos artificiales labios para provocar el sonido deseado. Dejemos claro que Aloa tenía voz, no tenía boca, pero sí una hermosa voz.
De hecho, tenía una voz tan magistral, que su madre rogaba día sí y día también que cantase para ella, pero para Aloa era mucho más fácil tararear o emitir la melodía sin palabras, ya que así no tenía que forzar la maquinaria de su máscara para producir palabras.
-¿Dónde está papa? –preguntó una tarde a la edad de seis años mientras dibujaba caras sonrientes en el vaho del gran ventanal que coronaba el salón en el que vivían.
-Papa tuvo que marcharse cuando yo
quedé embarazada.
-¿Por qué?
-Echó a volar y surcó los cielos en pos de aventuras.
-¿Por qué no se quedó contigo, con nosotros, para cuidarnos?
-Mi dulce niño, papa se convirtió en ángel, un día le brotaron unas magníficas alas blancas que era incapaz de ocultar. ¿Sabes lo que hace la gente con las personas… “diferentes”?
-¿Qué? –preguntó intrigado Aloa, ya que él se consideraba el más diferente de todas las personas.
-Apagan la llama de su diferencia, convirtiéndoles en seres normales.
-Y papa no quería eso.
-No quería que le hicieran daño y mucho menos a nosotros dos, a ti y a mí.
-Pero yo también soy raro. ¿La gente querrá apagar también mi llama?
-No si logramos engañarlos.
-Pero mentir está mal.
-No cuando se trata de mantener tu llama viva, cariño. Gracias a la máscara que llevas día y noche, invento que construimos tu tío Tomas y yo, podrás hacer una vida normal sin que la gente descubra que en realidad eres mucho mejor que ellos, eres especial.
-¿Cómo voy a ser mejor que ellos si no tengo boca y ellos sí?
-Tú solo dices lo que quieres decir, y debes pensar lo que quieres emitir, incluso, a veces, no hace falta hablar, te puedes comunicar de otra forma ¿cierto?
-Puede ser…
-En cambio, el resto de la gente solo habla, y habla, y habla y no tiene nada que decir, sus palabras, al contrario que las tuyas, están vacías. Solo usan su voz para matar el silencio, pero tú cuidas ese silencio, lo conviertes en tuyo y solo lo perturbas cuando crees que es necesario.
-Te quiero mama. – corrió feliz a las faldas de Elosa, que la consideraba su gran guía en esta vida que se veía tan compleja para él.
Elosa soltó una lágrima imperceptible. Su corazón estaba roto, pero no podía permitir que se rompiese también el de Aloa.
Aloa creció como cualquier otro niño, si consideramos el desarrollo de otros niños como personas que se cultivan leyendo cientos y un libros y eran amigos del silencio, solo roto si tenía algo importante que decir, lo cual meditaba bastante, ya que le parecía complicado la utilización de su máscara.
Fue al colegio como debía ser y se convirtió en una de las experiencias más enriquecedoras de su vida, descubrió el poder de la supresión, el dolor del llanto continuo, la envidia insensible y la malicia del ser humano. Aunque llegaba a casa llorando, en cuanto su madre lo abrazaba y le pedía que cantase, ese mal de su corazón se borraba. Era un muchacho excluido por una “deformidad” un tanto extraña. La máscara no había crecido como lo había hecho el rostro del niño, y la pieza le quedaba pequeña dejando en evidencia que algo no era “normal” en su rostro.
Tomas regresó para visitar a su hermana y a su sobrino y volver a crear una máscara acorde a las medidas de un niño de 12 años, esta vez les quedó perfecta, se mimetizaba hasta tal extremo que era complicado diferenciar los límites de la fantasía y de la realidad, pero cuanto más pasaba el tiempo, más difícil se le hacía a Aloa unir sus pensamientos a la máscara para emitir sonidos, cada día le era más complicado hablar. Con lo cual su voz solo sonaba, la mayor parte de tiempo, en tarareo de melodías que su madre le había enseñado tiempo atrás.
Elosa tuvo una magnífica idea, al ver la espectacularidad con la que su hijo se expresaba a través de melodías, le regaló un violín, un instrumento de cuerda que no necesitaba para nada el uso de la voz ni de la boca. Y año tras año Aloa fue perfeccionando el arte de comunicarse a través de la música del violín sin necesidad de mentar palabra.
Era un chico muy estudioso, pues pasaba la vida leyendo, actividad que le permitía acomodarse en el silencio de sus pensamientos sin ser mencionados o malgastados en el aire, y llegó con facilidad a labrarse un futuro prometedor en el campo de la historia, era capaz de contarte una gran guerra en apenas 10 minutos con su violín y llegabas a entenderlo tan bien que dudabas si alguna vez se necesitarían palabras para volver a contarla.
Pero llegó el amor, la primavera de los 19 años lo llevó a la desesperación de un corazón roto. Todo fue pura casualidad, azar, como suelen ocurrir estas cosas.
Compañera de clase que le sonríe. Él siente fuego en su cara y en su corazón, y enseguida le pone nombre a ese sentimiento con las palabras que llevaba leyendo años.
-Hola ¿qué tal? Soy Sol, te he visto en clase y me pareces una persona… diferente.
Aloa solo bajó la mirada, la dificultad para producir palabra era extrema en ese punto de su vida.
-Mmm ¿podrías decirme algo? –ella le levantó la mirada alzando su barbilla con los dedos.
En ese momento Aloa le habló, le habló de la única forma que le resultaba más comoda, con su violín.
La muchacha pareció divertirse ante tal originalidad.
Para lo que todo el mundo llamaba “raro” ella lo llamaba “divertido”.
La relación con Sol fue prosperando ya que incluso le componía canciones y le regalaba las partituras para que supiera entender “su lenguaje”.
Un día la llevó a casa y Elosa le relató las peculiaridades de la familia. Su amado esposo se había convertido en un ángel, y para mantenerlos a salvo, huyó volando cuando ella quedó embarazada. Su hijo había nacido con el don del silencio y de la voz pero sin boca, con lo cual, para evitar burlas de la gente, habían construido una maquinaria que conectaba su cerebro a su voz para emitir sonidos que pensaba, todo ello oculto tras una máscara para que pudiese hablar, pero no sabían por qué, cada día le era más complicado al joven muchacho utilizar ese artefacto, y prefería hablar a través de su violín, hecho que a Sol fascinó.
Todas las tardes, Sol y Elosa pasaban el tiempo juntas contemplando los recitales que Aloa les dedicaba a ellas, a veces eran melodías que él componía y otras, en cambio, eran conversaciones que le intrigaban, y era divertido que él preguntara con el violín y las mujeres contestaran a viva voz o incluso improvisaran alguna melodía para esas palabras.
Pero nada permanece, todo fluye y nada queda.
Un buen día, Sol dejó de aparecer por clase y de visitarlo a casa.
Aloa no sabía dónde buscarla, le costaba la vida preguntar a compañeros de clase por su dirección, y tras muchos intentos pudo comunicarse a través de su máscara. Máscara resquebrajada y casi suelta, su función era finita y estaba a punto de terminar.
Se dirigió junto a su madre en pos de la muchacha.
Cuando encontró a Sol se hallaba en brazos de otro hombre, de un hombre que podía decirle cosas bonitas sin necesidad de un violín o una partitura de por medio.
Los ojos del muchacho se preguntaron el por qué cuando la pillaron infraganti. Ella solo respondió que no podía enamorarse de alguien que no pudiera besarla, ni decirle cosas bonitas. Necesitaba una voz a la que amar, y la voz de un violín, aunque divertida, era solo un instrumento. Nunca vio al chico tras el instrumento, solo… el pasatiempo de alguien “original”.
Aloa comenzó a llorar con tanta fuerza que la máscara se le terminó rompiendo y cayó al suelo dejando al descubierto su rostro completo. Ese rostro deforme que siempre había intentado ocultar, sin percatarse que la máscara no lo hacía pasar desapercibido ni mucho menos. Sol se sorprendió al ver la cara de Aloa y tapó su boca para ahogar un chillido.
El muchacho se llevó las manos temblorosas a la cara y comprobó que tenía una preciosa boca, unos labios rojos y gruesos, unos dientes blancos y perfectos, y una lengua que podía moverse en cientos de direcciones.
Tanto Aloa como Elosa se dieron cuenta de por qué le costaba tanto al chico comunicarse a través de la máscara: porque ya no la necesitaba, solo era un impedimento, su cuerpo había creado de lo que careció al nacer.
Madre e hijo se abrazaron llorando de felicidad, pero acto seguido, Sol se acercó al joven y hermoso muchacho rogando su perdón, más ya era tarde… él le había regalado su música y sus silencios, ella sin embargo, solo deseaba una boca que le dijese cosas bonitas.
-¿Qué puede ser más bonita que una música que sale del corazón? –fueron las últimas palabras de Aloa antes de marcharse con su madre.
Sol quedó desolad
a, arrepentida por su comportamiento y avergonzada, arrodillada en el suelo regó la tierra estéril que la sostenía.
Pasaron muchos años, más de lo que sois capaces de contar, y el hombre sin boca quedó en el olvido, solo su música perduró hasta nuestros días, ese fue su legado. Nunca volvió a decir palabra alguna, pues con su violín se comunicó todo lo que necesitó, arropándose en el silencio cuando lo deseaba.
Así que si caminas por la calle y de repente escuchas una música que te hace sentir algo especial… sin lugar a dudas es el hombre sin boca que te está hablando a través de su melodía.
Opiniones sin censura