lα ρυєятα ∂є lαs ємσ¢ισηєs

No podría ser más difícil, ser alcanzado por cuatro rayos de sol y una llamada telefónica en línea, el intermitente sonido a través del aparato marcaba los acelerados latidos de mi maltrecho corazón. ¿Conoces la sensación de gritar sin alzar la voz? Esa sensación en la que sientes la garganta cerrada, molesta, como si todos sus músculos estuviesen contraídos, como si de un enorme esfuerzo hubieran sido partícipes pero sin lanzar una sola nota al aire. Así me siento. La vieja y sucia persiana dejaba entrar cuatro rayos de sol, ese sol de las 9 de la mañana en pleno junio que empieza a quemar sobre una piel tras la exposición de varios minutos sobre la misma. Cuatro rayos de sol que luchaban contra la oscuridad de mi habitación para hacerla un lugar iluminado y mejor. Nunca he entendido porqué se considera la oscuridad como un lugar menos acogedor que la luz, yo me muevo mejor entre la niebla, tinieblas y sombras. Al llegar el atardecer me siento lleno de energía, como si acabase de despertar, siento que la noche es mi ambiente natural, siento que puedo hacer todo lo que me proponga, me da la libertad de tener todo el tiempo del mundo, y las musas de la inspiración siempre me visitan tras el anochecer.

 

Por lo cual, no es de extrañar que me sienta herido, inútil y endeble frente a esas horas, mis ojos se hunden en las ojeras que indican mi noche en vela y aquí me hallo, junto al teléfono, con el sonido de una llamada cortada junto a mi oído. ¿Por qué no cuelgo si la llamada ya terminó? Por el mismo motivo por el cual tememos decir en voz alta un pensamiento que nos azota la mente en un tiempo determinado: Porque se convertiría en realidad. Si soltase el teléfono ya no habría marcha atrás hacia el final, constataría que aquello terminó, no tendría otro remedio que reconocerlo. Como el momento en el que al final tuve que decirme en voz alta frente a una pared que mirar hacia otro lado no haría que la muerte de mi madre fuese menos real, y fue en ese justo instante (en el que lo dije en voz alta) que todo el peso de semanas atrás cayó sobre mí, desplomándome contra el suelo, el dolor hizo acto de presencia, mi voz en el aire abrió la puerta de mis emociones. Me costó mucho tiempo recuperarme de la soledad. No estoy preparado para volver a ese sitio, ese lugar en el que el dolor emocional se hace físico, y duele tanto que ni las lágrimas pueden liberarlo, no es suficiente. Me siento perdido y sin aire en mi pecho. Si cuelgo el teléfono la puerta de mis emociones se abrirá. No soy ingenuo, sé que en algún momento tendré que hacerlo, pero ahora mismo, me permito quedarme así, tumbado en la cama de cualquier manera con el teléfono descolgado junto a mi oído y cuatro rayos de sol perturbando mis cansados ojos.

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