Últimamente…

Últimamente me ocurre algo con frecuencia: Los recuerdos y ciertos pensamientos se me atrancan en el corazón e instintivamente los saco con un profundo suspiro, así, imagino como el dolor que se ha pegado a estos recuerdos y pensamientos escapan al aire… y se pierden en la inmensidad del espacio sin que puedan regresar a mí.  De esta forma, estos recuerdos solo me hacen daño una vez… Antes de que los expulse de mí. Si se pronto escucháis un profundo suspiro… Es la limpieza de dolor que estoy haciendo a mi alma

¡Esto es la guerra!

—Y van y vienen mis tazos a por ti. Ten cuidado que los tuyos voy a conseguir.

—Presumida, si no logras ninguno voltear el premio será para mí.

Atentos a la jugada medio patio se halla, la tensión en el ambiente es rasgada por el aliento contenido.

Ninet lanza con moderada fuera su tazo de Looney Tunes contra las torres no demasiado inclinadas de Robb. Éste muerde la uña de su pulgar rezando a los superhéroes de Marvel que su amiga y compañera de clase no consiga su fortaleza derribar, pues muchas bajas tendría en su preciada colección.

Uno, dos, tres… los segundos vuelan junto al tazo y aterriza rozando la base de una enorme torre pero solo eso, roce y despedida. Bye-bye tazo.

Ninet comienza a derramar lágrima de pena y Robb se le acerca con un clínex para sus moqueras.

—La próxima vez. —le sonríe dándole uno de sus tazos preferidos.

La niñita lo coge con gusto y con una enorme sonrisa en su cara se lo enseña a sus amigas que gritan y chillan por el tazo tan bonito.

 

Más vale contentarla con algo si quiero seguir jugando con ella. —se dijo a sí mismo.

Tazos de Looney Tunes

αмυℓєтσs ∂є ¢σℓσяєs

Amuletos de colores guardaba en un cajón, todos tenían un sentido, una razón para habitar aquel ridículo habitáculo, quizás, para un niño aquello podría ser un escondite perfecto, pero para Mike, un adulto de 23 años, aquel cajón era demasiado pequeño como para guardar cosas cotidianas… pero no lo era para guardar cosas importantes.

 

Aún recordaba cada uno de los momentos en los que recibió aquellos amuletos.

El primero de todos ellos había sido el de color negro, siempre se le había antojando natural, pues no hay nada más habitual que la oscuridad, la negrura de la noche. Lo atribuía al negro azabache de su pelo.

El segundo de sus amuletos le tenía especial estima pues era de un tamaño inferior al resto, era de color esmeralda, brillante, profundo, pero discreto, intenso pero controlado. Lo atribuía al verdor de sus ojos, pequeños pero de mirada intensa.

Sostuvo durante una décima de segundo el cordón del tercer amuleto de color, era blanco, pero no transparente, sino brillante, del color que se forma en tu ojo cuando miras directamente al sol. Era un color que no consideraban importante, no era atractivo ni llamativo, pero consideraba un color imprescindible en su persona, ya que lo atribuía al claro color de su piel, blanca como la nieve en febrero.

El cuarto amuleto se hallaba escondido debajo de los demás, quizás por temor a hacerse notar ya que el color era atrayente a la vista, rojo, como la intensidad de su sonrisa.

El quinto y no menos importante lo había adquirido hacía apenas unas horas, fue un bonito regalo de una persona amada, confiaba en ese color, le gustaba vestir de aquel color, violeta, importante color que designa la feminidad y el equilibrio interior. Se le antojó que aquel color podía atribuirlo perfectamente a la parte de su cuerpo que más le gustaba, con la que más se identificaba, y curiosamente, la más rebelde de todas: su flequillo.

Bonito regalo sin duda, gracias Lenore.

ι мιѕѕ уσυ, ρяιи¢єѕѕ

 

E

n la azotea de aquella discoteca, en el antiguo continente, en ese país donde la lengua no era materna para nosotros, solos allí, tú y yo y aquel vaso, ¿hora? rondando las cuatro de la madrugada. Zona propicia para fumar sin molestar, con unas hermosas vistas de enredaderas y luna lunera adornada por estrellitas, estrellitas que nos parpadeaban curiosas por saber qué hacíamos allí los dos, cuando ninguno fumábamos. Nada importaba, solo aquel momento, aquel lugar, en ese preciso instante te eché de menos y aún no te había dejado. La última noche, la última fiesta antes de regresar a España ¿recuerdas?

 

Juramentos, promesas, ilusiones, pensamientos… todo aquello verbalizado en futuro, basado en las fotos, risas, llantos, abrazos, copas y bailes que habíamos compartido en estas tres últimas semanas, solo tres semanas conociéndonos y ahora descontaba de mi vida los minutos sin ti.

 

Llevabas una preciosa camiseta blanca a juego con tu sonrisa, dejando al aire esos bracitos delgados, morenos, frágiles pero fuertes para agarrar mechones de mi pelo cuando me atreví a besarte, tu colonia embriagó mi aliento cuando besé tu cuello. Cierto que los mojitos hablaban por mí y me hacían moverme cual marioneta, o al menos era la excusa que utilizamos al día siguiente cuando supimos, sin miedo a equivocarnos, que vivimos un sueño que terminó cuando la discoteca cerro, pero mientras tanto… el desliz de nuestras caricias condujeron a besos románticos, apasionados por momentos y tiernos después. Aún me ruborizo pensando que metí mi mano por debajo de tu falda para palpar la dureza de tu pierna, desabrochaste tus botines y te recostaste en mí en aquel estampado sofá, sin importarte que unos minutos después sería ocupado por unos desconocidos que nos miraban curiosos, y más cuando empezamos a susurrarnos en español. Aquellos británicos, con miradas de soslayo, intentaban adivinar cuál era la naturaleza de aquella situación, solamente era la naturaleza de un cuento sin final feliz que estaba a punto de terminar.

 

El regresar a casa era mucho más que dejar la experiencia, era dejarte a ti, a pocos cientos o miles de kilómetros de mí, tan cerca… y tan lejos, creando vidas alrededor de una experiencia que ninguno de los dos volverá a repetir y no dejamos de reproducir en nuestras mentes.

 

¿Recuerdas los sms en los móviles diarios? Los sms gratis nos cundían cuando íbamos de prácticas a nuestras diferentes empresas, aun guardo el móvil aunque en España no funcione. ¿Y los globos de agua? Acabamos empapados subidos en aquella enorme bicicleta bajando a gran velocidad por las montañitas de aquel hermoso paisaje, y aquel lago lleno de patos metamorfoseados. Recuerdo ahora tu risa al hacerte las fotos pidiéndote un beso en ellas… me mirabas indecisa, ¿era en serio o solo una broma? Eso preguntaste en el puente de Londres cuando desde el autobús cayó un plátano estampándose en ya sabes que cara… risas, la tuya, esos ojos adornados por las pestañas, esa mirada que me descubrió, descubrió lo que sentía, pedí discreción y las confidencias se hicieron en susurros aquella noche, te he echado de menos.

 

Te echo de menos, lo hice en ese momento y lo hago ahora recordándote con aquellos bailes, aquella música, aquellas copas de vodka que compartíamos noche sí y noche también.

 

Dedícame un último baile, si tú me llamabas “rey” hoy te llamaré “princesa”.

 

ιℓυѕιóи

Entre mis dedos se desgarran girones del pasado convertidos en triste y enmohecido papel envuelto en la funda de la tecnología llamada Compac-Disc.

¿Y esa mirada? ¿Y esa sonrisa?

¿Por qué he llegado a olvidar mi propia sonrisa?

¿Y aquellos recuerdos?

Ahora me escuecen un poco los recuerdos, el alcohol que cura esta herida se llama “Nostalgia”. Esos momentos, esa gente, esas risas, esas miradas, confidencias, escondidos, nadando a la luz de la luna, el primer amor, la responsabilidad… mis campamentos.

¿Y ese Cristo? ¿El de la siguiente foto somos nosotros? Madre mía, mira que caras, que inocentes sin saber lo que ocurriría, ese abrazo… con el tiempo se rompería y ahora… no sé nada de ustedes, así son las cosas, la gente pasa de largo por tu vida, viene y desaparece, permanece un tiempo, te bendice con su presencia y después no hay más abrazos como esos.

Mira mis rizos, y la arena del mar enredada en ellos mientras son movidos por la brisa.

Sin saber todo lo que ocurriría en estos ¿6 años? Toda una vida han sido para mí, aunque 8 no están nada mal.

Sentimientos tímidos, pensábamos que todo era el fin del mundo. La visión de nuestro universo ya no es la misma, antes había ilusión y ahora ¿dónde demonios ha quedado la ilusión por vivir y por hacer cosas? Por estar con la gente, compartir, amar, sentir, bailar borrachos bajo la lluvia, pisando un paraguas roto en mitad de la Cruz.

Besar tímidamente en un cine con miedo a no hacerlo bien.

Partir el corazón al desconcierto del “¿nos volveremos a ver el siguiente año?”

Ya todo acabó, me convierto en piedra (aunque el fuerte viento de los tiempos puede desgranarme convirtiéndome en arena…polvo). Cualquier separación se me hace indolora, supongo que la costumbre eliminó el dolor y la ilusión.

Quiero aquello, al menos, no quiero volver a olvidar lo que viví…

Guardaré de nuevo las fotos, esta vez en un DVD ¿Cuál será el próximo soporte?
Qué más da mientras los recuerdos sigan conmigo.

¿Qué dices tú?