Mi historia animal

A causa del generoso corazón de mi padre y a una especial sensibilidad hacia los animales que yo heredé de él, por mi casa han pasado multitud de animales que hemos intentado curar como si de una clínica se tratase.

Si hecho la vista atrás puedo recordar pérdidas significativas, pérdidas que no deberían ser tan relevantes por la corta estancia en mi vivienda de esos animalitos que aún recuerdo, sin embargo, no puedo evitar acordarme de ellos.

Por ejemplo Kira. Kira era una gatita que fue atropellada por un coche en nuestra calle, mi padre la recogió porque era muy pequeña y la oía maullar. En términos vulgares puedo describirla como reventada, tenía una barrigita muy linda, pero inflamada por el golpe que la había dejado sin movilidad en las patitas traseras. Es la gatita más linda que yo he visto en mi vida, desde el primer momento se ganó mi corazón jugando con sus patitas delanteras con el cordón de mi sudadera. Escribiendo esto ahora mismo no puedo evitar derramar lágrimas por ella. En cuanto llegó a casa le puse un cesto con cojines y le di de tomar leche tibia que bebió en un pis pas. Cuando llegaba del colegio me acercaba a ella, la cogía y la colocaba en el sofá y ella se arrastraba hasta mí, aún recuerdo su pequeño maullar. Tengo fotos de ella guardadas en alguna parte de mi habitación, eso me ayuda a no olvidarla aunque sin ellas tampoco podría. Siete días, ese fue el tiempo que estuvo en mi casa, las siete vidas de Kira las compartió conmigo en siete días. Fui la última persona a la que vio, la última que la acarició y la última que se quedó con ella para cerrarle los ojitos al morir. En mi primer intento, pensando que todo había acabado, los volvió a abrir para echarme un último vistazo, un leve “miau” y un no volver a cerrarlos más hasta que yo lo hice por ella. La acaricié hasta que no vi vida en ella y hoy muchos años después, recuerdo a Kira como la gatita más linda y bella que jamás tendré, blanca y con unos ojos azules increíbles.

La nostalgia de esta dura entrada para mí llega con el reciente acontecimiento de hace unas horas, hace unos días, tres, cuatro… no sé, mi papa trajo un pequeño pajarito, un gorrión que había caído del nido ubicado en un agujero de la pared y se encontraba junto a un  coche, si no lo hubiera recogido, hubiera muerto, aún no tenía ni plumas. No es la primera vez que criamos a pájaros pequeñitos, pues hace muchos años, se calló un niño de verderones en Montefrío, el pueblo de mi papa y criamos a todos los hermanitos. Con éste pensábamos hacer igual pero era excesivamente pequeño, siempre tenía hambre y el buche muy pequeño, así que le dábamos leche con pan con frecuencia y en pocas cantidades, siempre tenía hambre. Cuando nos veía la cara abría la boca pidiendo más y más, era muy gracioso, incluso cantaba escuchando a los pájaros que mi papa tiene en la terracilla, yo pretendía que se convirtiera en uno de ellos, le estaba cogiendo mucho cariño, lo ponía en el brasero para que le diese calor, entre las sayas para que durmiera mientras lo acariciaba y le limpiaba el nido para que estuviese cómodo pero esta mañana, al darle de comer respiraba con dificultad y no hizo ademán de coger la comida cuando se lo ofrecí, en ese momento mi papa lo cogió y descubrió que estaba frío, al ponerle un nido más grande para que se escapara y muriera de frío en la jaula, fuera del nido, habíamos cogido uno más grande, pero claro… él solo, con las plumitas que le estaban saliendo… al parecer no aguantó la noche y ha muerto hace un rato en las manos de mi papa y yo me encuentro muy triste escribiendo esto. Le quería llamar Lucky, afortunado, (todavía no era oficial) porque yo pensé que había tenido suerte al ser encontrado por mi papa y ser salvado de una muerte prematura, pero al parecer no pudimos hacerle escapar de su destino, esta vez no lo conseguimos. Y lo siento mucho porque le estaba cogiendo mucho cariño, era muy lindo y gracioso. No puedo decir más de él, es duro.

Por nuestra casa también pasó la paloma Antonio que mi padre curó de un ala rota y pudo echar a volar y creo recordar que un par de pájaros más que también los echó a volar.

Mi papa también rescató a un perro abandonado que había salvado de ser atropellado por el autobús indicando al conductor que frenara para cogerlo. No recuerdo su nombre y lo he intentado, solo recuerdo el mote que le puse de crío “el perro que le tiene miedo al mundo”. No sabemos que tipo de experiencias sufrió el perrito, pero lo marcaron para siempre, muy muy temeroso en el tiempo que pasó con nosotros, creo que un par de años, no terminó de perder nunca el miedo. Siempre acobardado. No era un perro especialmente lindo, pero su fragilidad lo convertía en alguien muy tierno. Con los dientes hacia fuera, con pinta de caniche con la nariz hundida y unos bucles blancos y negros que en verano pelábamos igual que a mi perra para que estuviese fresquito y quedaba reducido a un león en miniatura, todo el cuerpo rapado excepto la cabeza. Hacía mucho tiempo que no pensaba en él, tampoco recuerdo cómo se marchó de nuestra vida, si se puso enfermo, si se escapó… no, creo que escapar no, tenía miedo siempre, estaba paralizado por mucho mimo que yo vertía sobre él. Peguntaré para ver si puedo completar mi laguna con eso.

Por supuesto que también recuerdo otras ausencias, no de animales que intentamos salvar de la calle, sino de animales que planificamos adoptar. Como mis jerbos, lo pasé realmente mal cuando hace unos años murió Claus, también recuerdo todo lo que hice para salvar a Claudia, su pareja. Cinderella también murió, y el hijo de uno que tenía mi hermana, uno tigrado precioso y que es horrible que no recuerde su nombre en este momento porque fue, tras Claus, mi debilidad. Todos muertos, esos seres son muy sensibles y tienen enfermedades espantosas aparte de que su ciclo vital es muy corto.

Laica, que murió porque le dio azúcar y se quedó ciega, una de las perras más nobles que hemos tenido nunca, de la que me llevo un recuerdo inmejorable, hija de Bella, una perrita que se volvió cruel cuando decidimos quedarnos también con su hija y tuvimos que darla porque le hacía la vida imposible y se volvió arisca con todos. Bella fue un regalo de unos vecinos cuando apenas era una bolita peluda en la palma de mi mano. Años antes tuvimos a nuestra primera perra, Chata, contaba yo con unos cinco años, nunca había tenido perro y me daban miedo, recuerdo la noche en la que mi padre la trajo del pueblo que se la había dado su tío, corrí por toda la casa huyendo de ella y la pobre detrás de mí pensando en un juego, incluso recuerdo un amargo y corto momento con la puerta de la cocina a consecuencia de las huidas de mi hermana, fue la primera vez que vi llorar a un animal y en ese momento, treinta minutos después de conocerla, algo cambió en mí y decidí no tener miedo porque me dio pena y quería cuidar de ella. A la mañana siguiente nos despertó, mi padre abrió la puerta de nuestra habitación y la perra comenzó a hacernos fiestas. Esa belleza rubia ocupa un lugar especial en mi corazón por ser mi primer animal doméstico. Tuvo camada y nos quedamos con un macho, como mi papa quería, no hemos vuelto a elegir un macho entre nuestros perros (A excepción del “perro que tenía miedo al mundo”. Acabo de recordar que orinaba como una perra, no levantaba la pata). Fliper tenía la lívido demasiado alto para ser un perro familiar en una casa de niños, la época de celo era horrible y era muy desentendido la otra parte del tiempo. Fliper se escapó un día cuando lo sacaban a pasear, lo estuvimos buscando durante semanas, y mi padre creyó verlo vagando por el barrio alguna vez pero nunca estuvo tan cerca como para cerciorarse que era él y que volviera con nosotros.

 

Como veis, nuestra historia animal está llena de altibajos, intentamos con todo el cariño y voluntad del mundo, pero no siempre lo conseguimos. Y siempre que ocurre le digo a mi padre que no quiero que traiga más animales a casa. Por un pájaro de cuatro días he estado llorando… mi sensibilidad con estos temas roza lo insano y no quiero pasar más malos ratos, pero cuando trae algo, no puedo evitar intentar encargarme de él y darle los mejores cuidados.

 

Ahora mismo, como miembros de la familia contamos con 4 colorines y un periquito  amarillo (Melopsittacus undulatus), un macho, que le regalé a mi papa con una hembra azul que era un encanto, pero murió a los pocos días y se quedó el arisco macho que justamente compré para que la hembra no estuviera sola. Tenemos a nuestra queridísima yorshite terrier toys, Tormenta. A Crong, un conejo cabeza de león al cuidado de mi hermana y yo tengo a mi ojito derecho, izquierdo y medio riñón, uno de los conejos más listos del mundo (puedo demostrarlo), mi conejo enano belier, Shanelle, esa coneja negra de nariz y barriguita blanca que todos los días me saca una sonrisa de una forma y otra (y también algún grito y disgusto cuando se escapa a la cocina a comer los cereales de mi perra porque es muy glotona y todo le viene bien).

 

Con esto cierro las emociones de la perdida de hoy, espero que me sirva como terapia, al menos lo ha sido para recordar a aquellos seres que sin nada a cambio, nos dan cariño por ser como son. No hay más noble que un animal, y su fragilidad los hace queridos y amados porque el instinto de protección es innato.

 

P.D. la entrada puede contener multitud de fallos, pero no voy a releerla para solventarlo, bastante duro ha sido escribirla, espero que comprendáis esos fallos.