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Arropada por el terciopelo de aquel sofá, situado en la inmensidad de la oscura alcoba, salvaguardando el secreto de mi respiración y mi presencia.

Me acurruco cual bebe indefenso, aunque el sentido de mi postura es de rechazo, miedo, y un dolor latente que pretende despertar rasgándome en dos el pecho.

 

A lo lejos, en mis oídos, semiocultos por los mechones revoltosos de mi azabache cabellera, percibo el roce de la suave tela que provocan las cortinas, ondeantes en la leve brisa que penetra por el cubículo, llamado, en un tiempo mejor, ventana.

 

Me encuentro pues, regazada en la soledad de un caserón deshabitado, deshabitado de la limpieza, de la luz, de la gente e incluso deshabitado de mi cuerpo y del tiempo, pues en aquel espacio no transcurre ni pasado, ni presente, ni futuro, solo un limbo en el que yo siéndome centro, permanezco inmutable.

 

Mis vestiduras, ya deterioradas, son el mapa de mis andanzas, y las heridas de mi piel las aventuras de mi vida, mi corazón roto la prueba de que he amado y he perdido.

 

Llueve, ahora presto atención al leve sonido de las gotas precipitándose contra el seco suelo de arena del exterior, convirtiendo el barro en un recuerdo imborrable de mi feliz infancia.

Unas notas de piano suenan al azar, una triste y melancólica melodía seduce mi alma y seca mis lágrimas guarecidas por el sofá.

 

Me levanto con el esfuerzo de alguien que ya no tiene fuerzas para mantenerse etéreo, y eso soy yo, un ente etéreo sin forma definida, sin nada que le recuerde que alguna vez fue persona.

 

Mis ojos, vendados por un lazo negro no me permiten ver más allá de mi propia oscuridad, sin embargo, la melodía se hace más acompasada y los latidos, de un corazón inexistente, desempolvan recuerdos de unas venas inutilizadas retomando el movimiento de unos pies desnudos que se niegan a caminar.

 

Sé que estoy avanzando, acompañando una cola desarraigada de aquel vestido hoy convertido en el más oscuro color que la vida ha visto y dará. Mis movimientos son lentos, curiosos, por fin algo en mí parece vibrar, no es mi corazón ¿o sí?

Alzo los brazos dibujando una cuerda por aquella oscuridad que me conduzca a las notas del piano que está devolviendo esperanza ya olvidada hace 99 años atrás, cuando mi mundo quebró.

 

-¿Viva? Me siento… ¿viva? -susurraron unos labios que habían desaprendido a moverse, emitiendo una voz que en nada recuerda la que una vez tuve.

 

El piano se encuentra frente a mí, lo sé tras subir unas escaleras empinadas con ayuda de aquella barandilla imperceptible, de tanta capa de tiempo sobre ella, tiempo y suciedad, polvo y habitantes llamadas arañas.

 

Mis pies dolían, supuse su causa a los siglos de inactividad, pero en realidad un rastro de sangre se refregaba y se esparcía por la cola ennegrecida de mi traje de bodas, los cortes en mis dedos, provocados por las astillas salientes de aquel desnivelado piso de madera y los cristales que antaño guardaron la luz de las porta velas que adornaban la pared, hoy solo… sus esqueletos, herían la carne que me negaba a desprender de mí.

 

Una voz angelical, susurrante; tuve que prestar atención para escuchar su susurro; cantaba acompañando a aquel piano desempolvado.

 

But the secret is still my own
And my love for you is still unknown
Alone

 

¿Contaba mi historia? Una trágica como tantas, en la que morir de amor se convirtió en una premonición cumplida, ¿se puede partir un corazón que ha dejado de latir? Sí, en aquel momento lo supe al recibir en mí la canción que mi corazón gritaba para silenciar.

 

Arranqué de mí la venda que cegaba mis ojos durante milenios, y la oscuridad se hizo presente en mis retinas, vi el piano, vi quien lo tocaba.

 

Alone, alone por no tener valor de parar lo que otros pararon por mí. Me faltaron agallas para no quebrar mi vida, no tuve decisión hasta que llegó. Con anillo maldito en mi dedo en el templo del que un día fue mi dios y hoy no es rastro de nada, polvo eres, polvo como yo, polvo como el tiempo que a trascurrido. He sido incapaz de perdonarme a mí misma por no haber dejado al hombre que hirió mi corazón en mi boda, llevándome a la locura, a la desesperación, a la agonía de un limbo sin pasado ni presente, a un lugar lúgubre donde descansan mis restos en aquel sofá de esa mansión abandonada. Estoy loca, lo sé porque quien está delante de mí, quien está tocando mi canción al piano… soy yo.