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penas tengo recuerdos de aquellos años allí en Cobh. Algunos como el olor a madera mojada de nuestro viejo hostal llamado “La sonrisa de Dios”, o el perfume que mamá utilizaba todos los domingos cuando iba a misa. Sin embargo, me pongo a pensar en papá y son escasos los momentos que yo recuerdo con él. Pasaba más tiempo con mi madre afinando el piano de la Iglesia que yendo de pesca con él. Por eso se me hizo muy raro cuando aquella noche papá no se separara de mí ni en un solo momento. Me abrazaba con fuerza y contenía el llanto aspirando el perfume de mi pelo, como si anhelara recordar ese dolor para siempre. Yo sólo pedía poder volver a ver a mi mami, darle un beso, que me abrazara y pellizcara mis mejillas como siempre hacía, pero papá me dijo que ella no volvería a hacerlo más, que se había marchado muy lejos, que Dios la quería a su lado. Desde ese momento dejé de creer en Dios, en el ser que alejó de mi lado a la persona que más quería en un momento de necesidad, mi tierna infancia.

 

Durante días fui abrazado, mimado, cuidado y sonreído por muchas personas que no había visto nunca en mi vida, sin embargo, como niño que era, me dejé querer aunque no dejaba de preguntar dónde estaba mi madre. A los pocos días se desató una tormenta que se mantuvo durante semanas sobre el cielo de nuestro pequeño pueblo pesquero, Irlanda no tiene precisamente un tiempo cálido, pero la recuerdo especialmente porque parecía como si las nubes lloraran la ausencia de mi madre, como si de alguna forma lo que yo sentía en mi interior se veía reflejado en el temporal.

 

Cenado me encontraba en la cama mientras una mujer, que no recuerdo su nombre, me peinaba el flequillo mientras me contaba algún cuento ñoño que ya había escuchado miles de veces pero que nunca me sonaron iguales a como los contaba mi madre.

Gritos del exterior del hostal hicieron levantarme y asomarme a la ventana de mi pequeña habitación, la cual mostraba la debilidad del fuerte viento que azotaba cada instante el frágil cristal por el que mis lágrimas eran derramadas. Fijé mi vista en alguien que se tambaleaba en mitad de la calle entre las penumbras de las farolas que luchaban por mantenerse con vida, iluminando el empedrado de nuestro suelo, era mi padre, lo reconocí al momento, aquel borracho insensible que no había vuelto a dirigirme la palabra desde el fatídico día en que murió mi madre. Se esforzaba por mantenerse en pie a pesar de su embriaguez y las fuertes corrientes de viento que zarandeaban su cuerpo como marioneta de hilos. ¿Hacia dónde se dirigía a esas horas de la noche? Salté de la cama y bajé las escaleras de madera que crujían como siempre lo habían hecho pero que esa noche me recordaron a una melodía tétrica. Empujé con fuerza la puerta del hostal que cedió a mis pesados intentos y me expuse al temporal. Corrí hacia mi padre, el cual se dirigía sin ninguna contemplación al astillero, su vida era la pesca y siempre dijo que mamá fue su mejor pescado, nunca entenderé esas palabras.

Caí en la cuenta de que corría descalzo cuando noté entumecerse los dedos de mis pies, los pulmones en mi pecho me empezaron a doler del frío aire que se colaba en su interior, los ojos empezaron a llorarme del viento que los azotaba, mas yo seguía fiel a mi instinto de encontrar a mi padre antes de que algo le ocurriese.

Yo no era más que un niño de seis años cuando encontré a mi padre tendido en la arena, mecido levemente por el vaivén de las olas furiosas que no terminaban de arrastrar su cuerpo ya que se encontraba anclado por ¿una sombra? ¿Quién era esa sombra que no permitía que mi padre fuera engullido por el mar engravecido? Un salvador desde luego. Cual cobarde había sido mi padre al intentar quitarse la vida en ausencia de mi madre ¿y yo qué? Yo nada, él no me quería, nunca lo hizo, siempre me trató con cariño porque era carne de su esposa, pero nada más.

Grité su nombre y aquella sombra pareció asustarse, levantando la cabeza descubrí que miles de cabellos agitados cuáles serpientes enfurecidas, se enredaban en su cara, ese rostro enfatizado por el terror, el miedo, y la desesperación que pude percibir a través de unos cuantos rayos, que oportunos, cayeron en la zona iluminando el cielo de la costa y a los seres que en ella se encontraban. Aquello no era una salvadora, parecía arrancar carne de mi padre, volví a gritar su nombre y corrí con desesperación hacia donde se encontraban, esa figura se esfumó entre sal marina y rompeolas, mas sin embargo dejó olvidado algo junto a la pierna malherida de mi padre, un colgante, con precioso amuleto que guardaría hasta el día de hoy. Pensé que la mente me había jugado una mala pasada y que el moretón que mi padre tenía en la pierna no era un bocado de ese ser maligno venido de las aguas, sino solamente la causa de su intento por quitarse la vida.

Regresó conmigo al hostal pero unas semanas más tarde unas fuertes fiebres me lo arrebataron dejándome a cargo de un pariente lejano del que no se merece ni siquiera mencionar en estas, mis memorias.

 

Dieciocho años después me encuentro aquí a cargo del hostal “la sonrisa de Dios”, irónico el nombre pero no me atreví a cambiarlo por el amor y la dedicación que mi madre siempre tuvo hacia él.

No me hice pesquero como la mayoría de los chicos de mi generación, nunca me interesó la pesca, ni siquiera cuando mi padre me llevaba al río a pescar truchas. Siempre preferí la música, de hecho, dirijo el coro de la iglesia, irónico, no creo en Dios, pero sí en la música y en su poder para curar las heridas del alma cuando un ser superior nos arrebata quien más amamos.

Curiosa la tormenta que nos aconteció, ya que, sin lugar a dudas, me recordó a aquella en la que mi padre intentó quitarse la vida, las gotas de lluvia golpeaban fuertemente los cristales como si intentaran atravesarlos y buscar el fuego de mi hogar. Mi hostal estaba lleno, siempre tuve suerte en los negocios que emprendí. Leyendo el antiguo manuscrito acerca de las leyendas irlandesas me encontraba cuando me asombre al escuchar lo fuerte que golpeaban las gotas sobre los cristales y el tintineo que hacían cayendo sobre la enorme puerta de madera del hostal, reparé un instante, y me di cuenta de que no eran gotas de lluvia embravecidas, sino unas manos que golpeaban buscando asilo. Me levanté dejando el libro en la silla y dudé momento en sí debería abrir la puerta ¿quién sería aquellas horas? Bien es cierto que no eran horas ni tiempo para andar vagando por la calle, pero mi madre no habría dudado en abrir esa puerta para refugiar a quien necesitara cobijo y en su memoria yo hice lo mismo. Me costó un gran esfuerzo abrir la enorme puerta entablilla de madera pero cedió y deje entrar a un fuerte viento que casi apagan la chimenea encendida. Una joven se encontraba frente a mí y aunque estaba empapada hasta los huesos, no parecía importarle, su mirada no se quebró ni un instante en los eternos segundos en que nos miramos a los ojos, con un ademán le invité a pasar y fue en ese preciso instante cuando lo hizo, no antes.

 

Sin que yo le diera más instrucciones, caminó con paso decidido hacia la chimenea, retiró de su piel la tela mojada de la capucha y la extendió el suelo para su secado. No parecía de aquí, nunca la había visto antes, tenía unos rasgos que no me atrevo definir ya que, según parecía mirarla, cambiaba de aspecto, quizás sólo fueran las revoltosas llamas de la chimenea o quizás una naturaleza difusa que la mecía entre dos mundos.

Con presura retire mi libro de la silla y le mostré que podía sentarse en ella, pero parecía reacia el fuego, arrastró el asiento un poco más lejos de la luz y se sentó abrazando sus rodillas. Permanecimos en silencio lo que a mí me supo una eternidad, hasta que por fin su extraña voz y acento rompieron el silencio.

-¿Hay habitaciones? -Fue lo único que preguntó.

-Lo lamento están todas ocupadas, más si refugio es lo que buscas, puede ofrecerte el calor de esta habitación.

-Eso será suficiente.

Intenté escudriñar en su mirada para descubrir algo más acerca de esa figura misteriosa que se encontraba mi salón, como diría mi padre “no me daba buena espina”.

No me fiaba de dejar a aquella muchacha sola pues desconocía sus intenciones y ella no parecía querer abrirse a mí, lo cual tampoco era demasiado necesario pues no me gusta hablar con la gente, me parece una pérdida de tiempo si no tienes nada interesante que decir.

Me dirigí hacia el violín que tenía guardado en el estuche cerca del armario y pensé en el ruido que podía hacer, pero no creí que fuera más alto que el de la tormenta que teníamos encima, y si de algo podía estar orgulloso era de la fortaleza del hostal y del grosor de sus paredes, por lo cual, los acordes melancólicos de mi violín nunca alcanzaría los oídos de mis durmientes clientes.

Desconozco el momento exacto en el que mi instrumento fue acompañado por una voz gutural muy distinta a las que estaba acostumbrado, aquella extraña desconocida seguía perfectamente mi melodía, lo cual era bastante complicado pues improvisaba sobre la marcha. Su voz se acompasó al tempo, al tono, y a la frialdad de las notas que yo ejecutaba con maestría tras muchos años de práctica en soledad. Creamos una armonía muy triste y nostálgica que, aderezada por los rayos y truenos de fuera de nuestra estancia, convertía aquel momento en uno de los más privilegiados de mi vida a nivel musical. Su voz era extraña, no parecía de este mundo, me daba la impresión de que sus cuerdas vocales fueran a romperse en cualquier momento pero aguantaban y mantenían notas imperceptibles para el oído humano. Cuando finalicé me descubrí empapado en sudor y extenuado por el esfuerzo aparte de extasiado por el momento vivido, era como si un trozo de mi alma hubiera muerto entre aquella canción. Mire a la mujer y se encontraba ya seca, la observé y puede contemplar como una seguridad mucho más potente que antes, se erguía en ella, su mirada era fría pero un fuego interior la iluminaba hacia mis ojos. Resbaló el violín de mis dedos cayendo al suelo golpeando y rompiéndose en astillas, no me importó, sus ojos no me daban tregua, me pedían que me acercara ella, pero ¿para qué? Y lo más importante ¿cómo evitarlo?

Parecía extender hilos hacia mi alma y yo, cual salmón incapacitado, era arrastrado por ella.

Se levantó y abrió sus brazos, la mueca de sus labios inquirieron miedo  mi corazón y un terror en mi huesos. De pronto, el viento venció la fortaleza de la puerta abriéndola de par en par y llenando la habitación de un viento ensordecedor como si en un huracán nos encontráramos, el cabello de aquella desconocida comenzó agitarse con fuerza y furia como como si de serpientes se formara en la melena, sufrí en aquel instante un deja vu  y ubiqué a esa figura en el tiempo, dieciocho años atrás junto a mi padre, en la playa ¿Era ella la que profirió aquel bocado?¿era ella la que se dejó el amuleto que yo guardaba bajo mi camisa? Y si así fuese ¿Qué hacía allí?